jueves, 9 de diciembre de 2010

Laila

Voy a empezar a poner, de vez en cuando, esas historias que se me quedaron (acabadas e inacabadas) en el cajón. Habéis leído ya muchas cosas mías, pero entre historia e historia conocida quedaron miles de ideas y relatos desechados por no gustarme, falta de tiempo, tener de pronto una idea mejor... bajo la etiqueta 'el cajón' voy a sacarlas. Si veo que os gustan seguiré haciéndolo. Y quien sabe, tal vez un día me inspiren para hacer algo nuevo. Os presento el CAPÍTULO 1 de LAILA.


El escritorio estaba poco iluminado, siempre le había gustado, pese a su miopía, trabajar con poca luz. Escribía algo en un folio cuando escuchó los pasos de ella. Sin mover la cabeza miró hacia la ventana: ya no llovía. Siguió pensando en sus cosas ignorándola, entre otras cosas porque en esa postura tenía menos frío.

  • Ya se han ido.- avanzaba hacia la mesa timorata.

  • Ha estado muy bien la comida.- dijo sin volverse. A ella le daba la sensación de que por mucho que avanzara hacia él, seguía lejos.

  • Berto...- se atrevió una vez más.

  • ...- Alberto dejó la pluma sabedor de que le iba a decir. Pero ella no dijo nada, no encontraba las palabras.

  • ¡Estás bebiendo otra vez!- dijo de pronto al ver el vaso de whisky al lado de la pluma y cambiando de tema.- Berto...- se relajó apenadamente- quiero ayudarte, háblame, hay cosas que me gustaría... en fin que quiero conocerte mejor, me interesa tu pasado...

  • No quieras saber de mi vida, Leonor, no me hagas hablar... que si bebo es para olvidar... es mejor que te proteja de mi.

  • No digas tonterías... yo...- volvió a intentarlo de nuevo.

  • ¿Cómo puedo yo quererte bien, si soy mi propio enemigo?- sus ojeras marcaban su ya asumido sufrimiento.

  • No digas eso, te quiero y tú me quieres, podemos ser felices si...

  • Leonor... estoy muy bien contigo, te lo he dicho mil veces... y sí, puedo decir que te quiero sin mentir pero...

  • ¡¿Pero qué?!- dijo sabedora de la respuesta con una rabia que siempre contenía pena y nunca odio.

  • Nadie llega tan lejos si no es para seguir... -se arrodilló ante él cogiéndole la mano- deja de perseguir lo que huye de ti... la quisiste, la quisiste muchísimo... pero has de agotar ese amor por ella...

  • Leonor... he aprendido a arder, he aprendido a apagarme... he elegido el dolor cuando pude optar por la nada...- en la silenciosa y desgastada habitación se escuchó como ella tragaba saliva al oírle- yo hasta este lugar no pretendía llegar. Soy consciente de que la vida es parte buscar placer y parte hallar dolor. El dolor está calado en mis huesos...

  • Puedo ayudarte si crees que nunca se irá a sujetarlo, a llevarlo a veces. Estoy dispuesta a ello si no quieres luchar contra él. Entre dos pesa menos. Sé como piensas y aún así quiero estar contigo, tu amor es tan grande que aunque no me ames con todo tu corazón sentir que me quieres como lo haces me lo da todo...

  • No lo hagas más difícil, ya hemos hablado de esto, te aprecio muchísimo; nunca pensé que llegaría a sentir algo parecido otra vez por alguien: lo admito. Pero ella... no te mereces esto, ni me merezco que me trates tan bien. Soy un estúpido, lo sé, pero no cambiaré.

El pequeño foco de luz amarillo sobre el escritorio iluminaba toda la habitación de forma muy pobre. Alberto siempre estaba fatigado mentalmente, parecía sujetar sobre sus hombros el mundo. Era joven, pero parecía mucho más mayor debido a su ya canosa barba y a que sus palabras y movimientos destilaban sabiduría. Cualquiera que le viera diría que su mera existencia parecía un suplicio para él.

*¿Soy yo el que no ve o es que todavía no se hizo la luz?* pensó al verla tan hermosa y tan enamorada de él.

  • Berto... deja de pensar en mí, piensa en ti. ¿Me quieres? Pues ya está, soy yo la que libremente ha elegido estar contigo, acepto y asumo lo difícil que es tu vida y los problemas que, según tú, pueda acarrearme conocer todo. No quiero conocer a otro con el que me pueda ir todo de maravilla con más facilidad, quiero conocerte a ti. No me harás menos daño a la larga rechazándome.

  • Sabes que yo siempre opto por encogerme y tender así a desaparecer... hay algo que se retuerce y que no se detiene y que me obliga a repetirlo...

De pronto ella parece desistir. Se muestra desgastada por la situación. Parece que vaya a romper a llorar pero en el último momento su rostro cambia, frunce el ceño y se marcha dando un portazo. No durará demasiado su enfado, no quiere que Alberto cometa una locura por ella, por él ni por nadie... ¿quién sabe que pasa por su cabeza? Nunca se había visto suplicando, y menos con su carácter, pero es que Alberto es tan especial... es ÉL.

  • Ya no sé si con esta lluvia eterna no me habré acostumbrado a la humedad- susurra Alberto para sí mismo.

En el folio sobre la mesa pone de forma inacabada: “Te amo Laila... esto no puede ser llamado vida. Estoy destrozado y estoy destrozando a los pocos que aun me quieren. No puedo amar a nadie más. Puedo intentar seguir sobreviviendo sin muchas ganas, pero yo solo. Mi alma es un suburbio. Tú la llenaste. Eres la única la que puede”

*¿Dónde estás, Laila? ¿Por qué has hecho esto?* el folio es arrugado y arrojado a la papelera. Alberto abandona la habitación con tristeza.

1 comentario:

  1. Me encantan las historias, me encanta que cuelgues esto, me encanta como escribes!! queremos más queremos más!! jajaja

    ResponderEliminar