“Todo el mundo miente” dice el Dr. Gregory House. Y es cierto. Para “salvar la cara”, aunque no llegamos a los límites de autorepresión de los japoneses o de ambiguedad de los indios, todos decimos pequeñas mentiras cada día. Es parte del “circo social”. Desde “¿cómo estás?” a “me alegro de verte”, mentimos por los codos.
A mí se me daba mal mentir en ocasiones sociales (por eso no tenía casi amigos de pequeño), aunque he aprendido con los años, y ahora miento como un bellaco más. Pero se siente un gran alivio cuando te permiten, o mejor todavía, te ruegan, que seas completamente sincero. Así que ha sido un placer contestar a la exigencia de una encuesta reciente.
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