sábado, 30 de julio de 2011

Un cuento chino

Sebastián Borensztein se sirve del intérprete como motor de una agradable historia sobre las relaciones humanas, y lo aparentemente absurdo del destino que nos impulsa. Lo hace con gracia, con una concisión que se agradece, y con una gran humanidad.

La historia va saltando de situación en situación de forma ágil, con momentos que, en el fondo, desprenden injusticia, desazón y amargura pero que, y esa es una de las mayores virtudes del film, se presentan con un tono que nos hace caer en una inevitable sonrisa y en ocasionales carcajadas que son de agradecer.

Un cuento chino” es un ejercicio de guión realmente sobresaliente, con una trama sencilla pero construida desde el costumbrismo bien entendido, con alguna pizca de surrealismo que aporta frescura y combina perfectamente en el engranaje final.

Borensztein salpimenta el desarrollo de la trama aportando la información justa en cada momento, la que necesitamos para ir entendiendo las idas y venidas de los personajes, sus contradicciones y sus incoherencias vitales, para compenetrarnos con ellos hasta el final, incluso con el chino que da vida a la película.

Sebastián aborda en su nueva película temas como la suerte y el destino en una fábula sobre la soledad extremadamente amable y divertida. Un cuento chino permite también a Ricardo Darín abordar su personaje con el convencimiento de que se trata de su propio y particular Melvin Udall, el protagonista de ‘Mejor… Imposible’.

Sólo que mientras Jack Nicholson abordaba el personaje desde su peculiar gestualidad, Darín nos lo presenta repleto de vida interior y contención de una forma igualmente peculiar e insustituible. Si a ello añadimos lo bien que el director evita sentimentalismos, evitando cargar las tintas incluso en los momentos de humor más oscuro (que los hay), el resultado es una cinta en la que todos sus elementos, comedia, drama, intimismo y retrato histórico fluyen en una comedia de colegas que toca bastantes más palos de los que parece a simple vista.

Y si lo hace es por un guión de esos que llamaríamos de hierro, compacto al cien por cien, que da lugar a una química ejemplar entre el gruñón personaje que interpreta Darín y el voluntarioso y casi mudo coprotagonista. Ambos comparten una tragedia absurda que Borensztein da sentido de la manera más… absurda.

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